Wednesday, July 1, 2009

Por qué Twitter es una trampa

Para la discusión...

ArtículoSábado 23 de Mayo de 2009
Virginia Heffernan
The New York Times Magazine

Twitter –el servicio de microblogging que te deja postear y leer comunicaciones fragmentarias a alta velocidad– es entretenido, pero da verguenza. Te suscribes a los mensajes de un montón de gente; ellos se suscriben a tus mensajes; y tú produces y consumes mensajes por el resto de tus días.
Ahora que habito en Twitter, sin embargo, no me quejo. Twitter puede ser divertido, y útil –y realmente, ¿a quién no le gusta la ilusión, de vez en cuando, de mucha compañía? Sólo he empezado a preguntarme si usaría Twitter si tuviera la total libertad de hacer lo que me gusta. En otras palabras, no estoy segura de que usaría Twitter si fuera rica. Conectividad cenagosa, pantanosa, inescapable: parece que mi existencia de clase media me ha dejado atascada aquí.
Estas preocupaciones comenzaron a surgir el mes pasado, cuando Bruce Sterling, el escritor cyberpunk, propuso en la conferencia de tecnología de Austin que el símbolo más claro de pobreza es la dependencia de “conexiones” como Internet, Skype y mensajes de texto. “¡Los pobres aman sus celulares!”, dijo.
En su charla, Sterling parecía adoptar el desdén de Nietzsche por la gente común. Si la meta era provocar, funcionó. La frase “¡Los pobres aman sus celulares!” tuvo el tono de una de esas expresiones de condescendencia arrogante, pero inolvidable, como el refrán de Medio Oriente: “Los perros ladran, pero la caravana avanza”.
“La conectividad es pobreza” fue la forma en que un amigo mío resumió la charla de Sterling. Sólo los pobres –definidos ampliamente como aquellos sin mejores opciones– están obsesionados con sus conecciones. Cualquiera con un alma fuerte o una billetera abultada desactiva el sonido de su teléfono y cultiva jardines privados que mantienen a la frenética red muy lejana. El hombre de lujos, sugirió Sterling, disfruta la soledad, o la intimidad con los amigos, presumiblemente rodeado de libros y películas y pinturas y vino y vinilos –objetos originales que se quedan donde están y no pueden ser copiados ni corrompidos ni transmitidos alrededor del mundo con sólo unos pocos clicks del teclado.
Lindo, ¿verdad? Las implicaciones de la idea de Sterling son dolorosas para los adictos al Twitter. Las conexiones que se sienten como riqueza para muchos de nosotros –llámennos los empobrecidos, nosotros que atesoramos nuestros teléfonos inteligentes y llevamos la cuenta de nuestros amigos de Facebook– son en realidad precarias. Vivimos en la web en estas condiciones espantosas de sobrepoblación sólo porque –de pronto parece tan obvio– no podemos costear la privacidad.
Twitter ya no es nuevo. Tiene casi tres años de antigüedad. Los primeros entusiastas que lo usaron para ponerse de acuerdo para ir de bares, se han distanciado de él. Las corporaciones, instituciones y firmas de relaciones públicas ahora twittean como maníacos. Se rumorea que Google está interesado en comprar la compañía. La “conciencia del ambiente” que Twitter promociona –la sensación de contacto en línea incesante– todavía está intacta. Pero la fuerza emocional de todo este contacto pudo haber cambiado en el contexto del colapso económico. Donde antes fue “hipnótico” y “fascinante” (palabras usadas a menudo para describir Twitter) leer sobre la fiebre de un amigo o las quejas del trabajo de un primo, hoy el mismo tipo de posteos, y de audiencias cada vez más amplias, parecen... amenazantes, invasivos, sofocantes.
Una típica hora en mi cuenta de Twitter, la que uso para seguir las actualizaciones de unas 250 personas, tiene algunos “twitteos” maravillosamente crípticos, junto a algunos posteos menos inspirados de gente de relaciones públicas e instituciones culturales tratando de hacerse pasar por twitteros normales. Yo misma posteo enlaces a esta columna, esperando que la autopromoción sea lo suficientemente transparente para que la gente pueda ignorarla o hacer clic si les da curiosidad.
Quizás, la verdad, es que desearía poder salir de este lugar y vivir como imagino que hacen algunos escritores no digitales o predigitales: entre su familia y amigos, en grandes, hermosas casas, con preciosos e irremplazables objetos.
Si me he vuelto desconfiada de las redes sociales, las que antes abracé con fervor, quizás es porque yo tomo mis inspiraciones de estas mismas redes. En los viejos días, los usuarios de Facebook y de Twitter posteaban mayormente sobre cosas banales, como sándwiches. Pero eso era en septiembre. Es primavera ahora. La vibra de Twitter parece haber cambiado: un sorprendente número de personas ahora parecen twittear sobre lo mucho que desean ser libres de imposiciones como Twitter.
“Me gustaría no tener obligaciones”, posteó alguien no hace mucho. “Me gustaría tener algún lugar donde ir”, escribió otro. “Me gustaría que las cosas fueran diferentes”. “Me gustaría haber crecido en los 60”. “Me gustaría no sentir la necesidad de escribir cosas sin sentido aquí”. “Me gustaría poder salir de este agujero infernal”.
Y, finalmente: “Me gustaría ser rica y tener asistentes personales”. Seguro. Y estos asistentes, presumiblemente, podrían hacer nuestros posteos en Twitter por nosotros.
Fuente: http://blogs.elmercurio.com

1 comment:

Jesus Sanchez said...

Creo que es una interpretación poco tradicional sobre el uso de las tecnologías (sobre todo si pensamos en el prototipo del ejecutivo mega conectado)De todas maneras es interesante.
A mi juicio el nivel de conectividad tiene más que ver con un cuento generacional, o de conexiones sociales que con el poder adquisitivo de las personas. La manera en que las personas significan esas tecnologías podría estar más influido por la "clase social"... pero eso todavía me parece discutible